En esta ocasion tambien aparecen Kolgork (un Cazador de Brujas) y Ehvra (una Sacerdotisa Rúnica Enana) junto a los dos Leones Blancos: Shkar y Yaravel.
La 1ª parte: Leones de caza.
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T’Chaella no podía ocultar el orgullo que sentía guiando por primero vez a su propia partida de guerra. Puede que solo fuera una escuadra de cinco hombres, pero por algo se empezaba. Todos sus esfuerzos empezaban a dar su fruto.
Ordenó mentalmente a su disco que girara mientras continuaba el avance para poder ver de nuevo a sus compañeros. El demonio flotante, un regalo del señor del cambio, rotó sobre su eje obedeciendo la orden.
Tres de los hombres que le seguían eran antiguos compañeros de armas. Puede que incluso albergaran algún resentimiento hacia ella por haber sido escogida como líder, pero la única forma de arrebatarle el puesto seria en un juicio por combate, y ya los había derrotado a todos en multitud de ocasiones.
Gharkal y Muolkar, los gemelos. Un dúo letal de cambiantes que siempre luchaban en el corazón de cualquier batalla modificando su cuerpo con los dones del cuervo. No, ellos se conformaban con saborear la sangre del enemigo, les daba igual quien les guiara siempre que hubiera sangre de por medio. Aquel par de sádicos solo vivían para la siguiente batalla.
Durr’m, el enorme guerrero embutido en su armadura bendita podría darle mas problemas. Había combatido a su lado bajo las órdenes de su antiguo líder y sabía que era un soldado leal, pero también era una persona ambiciosa. Un sentimiento normal derivado de saberse tocado por El que Cambia las Cosas. No obstante, parecía haberlo aceptado y acataba sus órdenes sin rechistar. Incluso parecía sentirse mas importante ahora que era realmente el núcleo de la escuadra, no como antes que compartía ese puesto con otro elegido.
Por ultima estaba la nueva curandera, Ith’a’la, que venía a ocupar el puesto que su predecesor en el mando había considerado innecesario. - Estúpido ignorante - Pensó T’Chaella. – Eso de elegido se le había subido a la cabeza y se creía inmortal el muy tonto -. Sonrió pensando en que la estupidez de su predecesor al no incluir un curandero entre los miembros de su escuadra le había facilitado el camino, y en como la compañía de otra mujer en el equipo, especialmente una fanática del Señor del Cambio, le podría ayudar a afianzar su posición.
No pudo evitar que la sonrisa fuera a todas luces evidente y se encaró de nuevo hacia la senda que estaban siguiendo por los bosques del imperio centrando su atención en la tarea encomendada antes de que alguien hiciera alguna pregunta inoportuna.
Aquellos bosques estaban plagados de patrullas imperiales, pero en la mayoría de los casos su principal preocupación era mantener los caminos libres de los ataques de los trolls. Usaban sus soldados para proteger a los campesinos de los trolls. T’Chaella despreciaba a aquellos humanos. Es cierto que ambos pueblos pudieran ser humanos en algún comienzo, pero ellos habían triunfado donde los débiles del Sur habían fracasado. Los Bárbaros habían prevalecido, se habían fortalecido, mientras que los ciudadanos del Imperio eran cada vez más débiles, escondidos tras las murallas de sus ciudades, tras sus reglas de convivencia, toda su cacareada civilización no servia para nada más que ocultar su debilidad.
El asco que sentía hacia los habitantes de aquellas tierras había eliminado por completo la sensación de euforia que sintiera momentos antes contemplando los componentes de su escuadra. El grito de la elfa fue una alegre nota discordante.
Alguien pedía ayuda, una elfa al parecer.
Gharkal y Muolkar azuzaron a sus respectivas monturas, dos enormes caballos del caos tan parecidos como los dos gemelos, y con el mismo ansia de sangre, adelantándose a la posición de T’Chaella la cual aprovechó su disco volador para elevarse unos metros por encima de las copas de los árboles. La posición elevada y los gritos hicieron trivial localizar la posición de la mujer. Una carreta volcada a no demasiada distancia, sin el menor rastro de caballos.
La maga regresó a la altura del suelo donde le esperaban Ith’a’la y Durr’m.
- Creo que una pobre elfita desvalida va a recibir la visita de unos rescatadores inesperados – Comentó con una sonrisa torcida que recibió por respuesta una risilla de Ith’a’la y el eco de una risotada surgiendo del interior blindado de Durr’m.
Cuando llegaron al lugar del accidente los gemelos habían desmontado y miraban a la elfa desde una distancia prudencial, al fin y al cabo estaban en territorio enemigo. Esta se había dado prisa en parapetarse tras la escasa protección que podía darle la carreta, toda la prisa que podía teniendo en cuenta que parecía estar herida a tenor del rastro de sangre que había dejado tras de si. En cuanto percibió la llegada del resto de miembros de la hueste del Cuervo un escalofrío recorrió su cuerpo, miro a un lado y a otro, y ante la falta de opciones intentó en vano esconderse haciéndose un ovillo. Incluso desde ahí podía escuchar los gimoteos de la mujer.
Gharkal y Muolkar se habían acercado flanqueando su posición y cortando posibles vías de escape, pero esperaban impacientes la confirmación de T’Chaella antes de actuar.
La Magus tragó saliva, sabia lo que vendría ahora, ella misma había sido una mujer indefensa en su poblado hasta que el Señor del Cambio le había mostrado el camino. Si aquella elfa no era fuerte no se merecía su compasión, aunque algo se revolvía en su estomago, y los recuerdos de las muchas veces que había sido forzada en el pasado hacían que sintiera algo de empatía por aquella patética criatura.
- Disponed de ella – Anunció mientras apuntaba con su bastón al lugar donde se escondía – Puede que aprenda algo y todo, y seguro que agradece que no la dejemos en manos de sus primos.
Los gemelos sonrieron evidentemente satisfechos y de detrás de la carreta surgió un alarido de pánico cuando la elfa se dió cuenta de lo que iba a pasar a continuación.
T’Chaella no podía mostrar ningún signo de debilidad, debía afianzar su posición, y si para ello tenia que darles ciertos caprichos a sus soldados… no le temblaría la mano, no.
Gharkal modificó su mano convirtiéndola en algún tipo de apéndice tentacular que no dejaba ningún tipo de dudas de cuales eran sus intenciones. Su hermano parecía completamente de acuerdo con él a tenor del evidente bulto que había aparecido en sus calzones.
A su lado Ith’a’la desvió la mirada al suelo disimuladamente, cosa que satisfizo enormemente a la Magus. Su compañera parecía no tener experiencia real con los rigores de la guerra, seria mas fácil ganársela de lo que había supuesto inicialmente.
Hizo descender su disco hasta casi tocar el suelo y pasó un brazo por su hombro con intención de consolarla cuando el filo de un estoque despuntó a través de su pecho.
T’Chaella retrocedió confusa ante la explosión de sangre solo para ver como su compañera estallaba en llamas. Detrás de ella una figura ocultaba su rostro bajo un sombrero de copa alta a la luz de una antorcha. En su otra mano el estoque ensangrentado.
Se giró rápidamente para avisar a Durr’m el cual ya había desenvainado su mandoble cuando un enorme felino de pelaje níveo surgió de ninguna parte y derribó a su compañero. Un elfo de melena tan blanca como el animal saltó detrás de su compañero enarbolando un hacha a dos manos contra el elegido del dios Cuervo.
Apenas a unos metros los gemelos percibieron el sonido de la pelea y se giraron intentando comprender que ocurría. Muolkar se había parado para deshacerse de sus pantalones, pero Gharkal estaba justo al lado de la elfa con su apéndice tentacular listo para comenzar lo que quiera que el bárbaro del caos tuviera en mente.
T’Chaella les dió la orden de replegarse, o esa era su intención inicial. El grito se ahogó en medio de la frase cuando la elfa desgarró la garganta de Gharkal con sus manos desnudas. Esta se había incorporado, colocándose sobre el bárbaro agonizante como un felino haría sobre su presa herida. Olfateaba el aire como un mastín de presa, mostrándole unos colmillos excesivamente grandes. Sus manos, debajo de toda la sangre de Gharkal, eran dos grandes garras… las mismas que podía tener un León Blanco.
...
Kolgork apareció de entre las sombras súbitamente, sin hacer el menor ruido, como era su costumbre. El rostro enjuto y las cicatrices no hacían más que endurecer el efecto oscuro que el sombrero y la capa creaban en el inquisidor vestido de color sangre. Ehvra no pudo evitar dar un respingo ante la repentina presencia del humano pertrechado para el combate.
- Les he localizado. Van en dirección Este. Un grupo pequeño, cinco soldados. Una curandera e infantería pesada incluida. Podemos alcanzarlos antes del mediodía si nos damos un poco de prisa. – El informe fue seco, directo y breve, como siempre que hablaba, acompañado, eso si, de numerosos gestos de sus manos enguantadas.
La enana de pelo caoba y ropajes dorados asintió tras el informe, y miró de reojo donde estaban los elfos riendo a carcajada limpia. Una arruga apareció en su frente cuando frunció el ceño ante su actitud y se encaró hacia ellos. Kolgork no dió la mas mínima muestra de verse afectado, en lugar de eso buscó entre las piedras cercanas un lugar donde sentarse y se dispuso a encender su pipa.
- ¿Que te apuestas?
- No solo no creo que fuese a resultar, es que no te creo capaz.
- Yaravel… tsk tsk… me subestimas. Dime que te apuestas y yo te lo demostraré.
- Lo que si podían demostrar los señores elfos es un poco de educación – Interrumpió Ehvra – Maese Kolgork acaba de volver de su reconocimiento y estaba presentando su informe.
- Y precisamente de eso estamos hablando, mi pequeña amiga, de cómo tenderles una emboscada a esos seguidores del caos – Respondió Shkar con la mas afable de sus sonrisas.
- ¡Pago yo todas las rondas del próximo banquete! – Se apresuró a interrumpir Yaravel.
- ¡Hecho! – Respondió rápidamente a su compañero, y mucho mas tranquilo le preguntó a Ehvra – ¿Me ayudas a vestirme?
La enana enarcó una ceja ante la petición de Shkar.
Yaravel observó como Shkar se desprendía de su armadura y se soltaba el pelo sin entender realmente que ganaría con ello. La túnica nívea que llevaban bajo la armadura y el cabello suelto le daban ciertamente un aspecto mas informal, menos marcial, pero de ahí a que le fueran a confundir había un buen trecho.
- Todas las rondas del banquete. – Confirmó Shkar a su compañero mientras le entregaba sus armas y armadura.
- Todas las rondas. – Corroboró Yaravel.
...
Media hora mas tarde la lucha había terminado. Los soldados de la Hueste del Cuervo yacían muertos en las proximidades de la carreta que les había llevado a caer en la emboscada. Todos salvo su líder, la Magus del Señor del Cambio. La cual estaba siendo interrogada de forma poco sutil por el cazador de brujas.
Sus compañeros le dejaban hacer sin molestarle. De hecho, preferirían desconocer los métodos utilizados por el inquisidor, motivo por el cual le habían dejado al lado de la carreta mientras que ellos se habían alejado, adentrándose un poco en la arboleda.
Allí los elfos comentaban animadamente el combate mientras Ehvra intentaba infructuosamente curar una de las heridas que había recibido Shkar. El hecho de que hubiera servido como cebo y que se arriesgara a hacerlo sin ninguna protección lo había pagado con un par de feas heridas producidas por los brazos cambiantes de los bárbaros del caos.
- Todavía no me puedo creer que te confundieran con una mujer, es increíble. – Shkar respondió a su compañero con una sonrisa, pero antes de que articulara alguna otra respuesta fue Ehvra la que habló.
- Lo que no me puedo creer es que no os toméis nada en serio. ¡Elfos! – Y con un resoplido obligo al elfo a levantar el brazo para tener mejor perspectiva de la herida. – Suerte tienes de que no te haya partido a la mitad ese golpe. Nunca se debe ir a la batalla sin armadura.
- La suerte no ha tenido nada que ver mi bella y pequeña curandera.
- En realidad así tiene una excusa para mostrarte su torso desnudo. – Los elfos se rieron y la cara regordeta de la enana se tiñó de un evidente color rojizo, mezcla de rubor y enfado a partes iguales. – Al menos así no te confundirán con una mujer de nuevo, Shkar. – Continuó Yaravel en tono jocoso.
- Ya te dije que pasaría. Estos humanos solo saben distinguir a las mujeres de su propia raza.
- Cualquier hombre sin una buena barba no es digno de tal nombre. – Interrumpió la enana cansada de las bromas de los elfos. – Nunca confundirás a un enano con una enana.
- Mi querida Ehvra, espero no tener que verme en la tesitura de necesitar saber el sexo de mis compañeros enanos.
La enana apretó las manos contra la herida del elfo al tiempo que invocaba las energías curativas. Shkar apartó ligeramente el costado al sentir el dolor producido por la presión.
- La herida ya esta cerrada. Ten cuidado de no mover demasiado el brazo. – Shkar asintió a los consejos de la curandera. – Y si te duele, al menos te servirá para que se te quiten las ganas de ir por ahí haciéndote pasar por una mujer.
Con un movimiento seco de la cabeza retiró sus trenzas, dejándolas caer por su espalda. Se incorporo y con la barbilla bien alta se alejo de los elfos sin dirigirles más la mirada.
Los elfos se miraron entre si encogiéndose de hombros y sin darle mayor importancia al gesto de su compañera continuaron bromeando.
- Entonces eso de que estuviste una temporada como sirvienta en la casa de un humano ¿era cierto? – Shkar asintió. – ¿Y lo de que un Silvano te enseñó a liberar tu yo-alma?. – Shkar asintió de nuevo.
- Pero no es algo para contar ahora, quizás otro día. – Yaravel bajo la mirada contrariado por la respuesta de su compañero, pero continuó hablando.
- La verdad es que has tenido mucha suerte. Al poder conocer de este modo tu espíritu has conseguido una mayor comprensión de tu ser, es como… - Shkar le interrumpió indicándole que se callara y señalando con la mano a Ceniza.
- Eso si que es suerte, amigo. – Yaravel estaba acariciando distraídamente a su fiel León Blanco. – El vínculo que tienes tú con tu León es una bendición. Juntos los dos sois más fuertes y lucháis como uno. Yo sigo siendo uno todo el tiempo, lo que pasa es que antes de conocerme realmente solo era media persona.
Yaravel asintió pensativo y respondió con una sonrisa, sincera a pesar del efecto retorcido que la cicatriz producía en cualquier expresión facial del elfo. Miró a Ceniza que dormía placidamente al calor del mediodía, acariciado por los rayos de sol y las manos de su compañero elfo y sonrió de nuevo.
- Supongo que si, soy afortunado.